No te dejes confundir, busca el fondo y su razón
3 de Octubre de 2025
Exclusivo para Contrapeso
Titulo estas líneas recordando la célebre frase del trovador nacional pidiendo no dejarse guiar por campañas envenenadas de odios, prejuicios y estereotipos a pocos días de conmemorar el segundo año de la guerra iniciada por Hamás el 7 de octubre de 2023, día de terrible recuerdo en el que hordas yihadistas, acompañadas de residentes provenientes de la Franja de Gaza, irrumpieron en el sur de Israel y salieron a cazar la mayor cantidad posible de judíos.
Los invasores desataron una carnicería en la que familias enteras fueron masacradas, incluso, quemadas vivas. Las fotos y videos son espeluznantes: hijos y padres muertos frente a frente. Los asesinatos fueron transmitidos en vivo por las redes sociales y grabados en las cámaras GoPro que portaban los propios homicidas. La vida les fue arrebatada a jóvenes que asistían a un festival musical en favor de la paz, aledaño a la frontera gazatí, ignorantes de que Solo el tiburón sigue despierto, Solo el tiburón sigue buscando, Solo el tiburón sigue intranquilo, Solo el tiburón sigue acechando, para seguir citando prosas del distinguido artista, orgullo de la patria.
Se perpetraron violaciones masivas contra mujeres para luego asesinarlas o tomarlas como rehenes. Los hombres también fueron violados y, además, castrados. Bebés terminaron decapitados. Ancianos, mujeres y niños fueron exterminados. No hubo freno alguno que saciara el hambre de sangre humana que tuvieron Hamás y sus aliados. No eran tiburones, sino verdaderos monstruos medievales, enemigos de la civilización occidental, vestidos con cintas verdes en la cabeza, proclamando al mundo su interpretación particular del dogma convertido en destrucción y muerte.
Fue un festín de balas, cuchillos, granadas, misiles, sangre y fuego, que terminó en el asesinato de más de 1.200 personas, miles de heridos y el secuestro de 251 ciudadanos, 48 de los cuales, al momento de redactar estas líneas, entre asesinados en cautiverio y presuntamente 20 aún vivos, languidecen en los túneles de Gaza a la espera de regresar a casa. Los primeros, para recibir sepultura y descansar en paz; los segundos, para el abrazo de sus seres queridos y su reinserción a la vida, pues lo que atraviesan ahora es una muerte en vida en manos de sus captores.
Una nación terminó traumatizada tras aquel aciago día que no debió suceder. Israel fue establecida también como garantía para que el mundo no volviera a ser escenario de siglos de antisemitismo y asesinatos contra el pueblo judío. Y se falló estrepitosamente. Los estamentos de inteligencia, militares y políticos israelíes se vieron sorprendidos y desbordados. En algunos casos midieron mal las consecuencias de su indulgencia e incluso permitieron la entrada de dinero en efectivo que engordó las arcas de Hamás, gran rival de Fatah, la facción gobernante en Cisjordania, la Judea y Samaria bíblicas. Una vez que termine la guerra, seguramente los responsables de este colosal fracaso deberán rendir cuentas por sus omisiones y acciones que derivaron en convertir el 7 de octubre de 2023 en el día en que más judíos fueron asesinados desde el final del Holocausto. Eso, con toda seguridad, no pasará desapercibido en la sociedad israelí.
Lo mismo aplica a los perpetradores de los crímenes arriba descritos ya que, como dice otra frase del cantor: quien a hierro mata, a hierro termina. Difícilmente los asesinos encuentren reposo, y lo que les quede de vida, poca o mucha, la pasarán paranoicos, siempre mirando hacia atrás, porque saben que lo hecho no tiene olvido ni perdón, ni fecha de vencimiento.
“Una fecha que vivirá en la infamia” fue el duro término utilizado por el entonces presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt en su discurso al Congreso de EE. UU. al solicitar la declaración de guerra contra el Imperio del Japón, 24 horas después del traicionero ataque a Pearl Harbor. Y todos sabemos que, a partir de ese día, la determinación de Estados Unidos fue indetenible. Así también lo es la de Israel, que no dará descanso a los responsables materiales e intelectuales de esta masacre, estén donde estén: en Gaza, Beirut, Doha o incluso Teherán, porque se sabe perfectamente que nada de esto hubiera ocurrido sin el apoyo de la dictadura teocrática de Irán.
Y si estamos en comparaciones con Pearl Harbor, recordemos lo dicho por el almirante japonés Isoroku Yamamoto tras el ataque: “hemos despertado a un gigante dormido y su respuesta será terrorífica”. La de Israel también lo es.
Hamás emuló a sus ideólogos nazis comportándose como los Einsatzgruppen hitlerianos que, a partir de la invasión de la entonces URSS en 1941, perpetraron un genocidio. Este término debe ser utilizado con responsabilidad, por lo que apelamos a la RAE para su definición exacta: “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad. La palabra proviene del griego genos (estirpe) y el sufijo latino -cidio (matar)”.
Muchos repetirán que Israel es un país “genocida”, pero conviene aclarar que, incluso cuando escuchen el argumento de que “la propia ONU ha declarado que Israel comete genocidio”, no es la ONU como tal, sino una comisión de tres personas con posiciones abiertamente antisemitas:
Miloon Kothari, condenado en 2022 por su antisemitismo manifiesto por el propio Secretario General de la ONU y por países democráticos occidentales. Incluso el jefe del Consejo de Derechos Humanos de la ONU lo llamó antisemita.
Chris Sidoti, abogado australiano que describe a Israel como un “régimen de apartheid colonialista” y apoya activamente al BDS (Movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones). También fue condenado por antisemitismo en 2023.
Navi Pillay, activista del ANC sudafricano, acusada de difundir teorías conspirativas antisemitas, entre ellas la acusación de “robo de órganos palestinos”.
Además, cabe recordar que las actuales autoridades de la Corte Penal Internacional tampoco juzgarán a Israel o a sus líderes, ya que primero deberá rendir cuentas su fiscal acusador, Karim Ahmad Khan, señalado de conducta sexual inapropiada y separado de casos clave como las investigaciones de torturas en Venezuela.
Así que muchos, sin saber lo que dicen y sin tener idea de las repercusiones de sus palabras, se suben al carro y repiten sandeces, señalando apresuradamente que “hay un genocidio en Gaza”. La frase se instaló en el discurso global woke y progresista como si fuera un hecho indiscutible. Por ello comparto la reflexión del canciller alemán Stephan Merz al jefe de Gobierno español Pedro Sánchez: “Alemania comparte la crítica al Gobierno israelí, pero no la definición de genocidio” y agregó “debe ser posible criticar la postura del Gobierno israelí, pero no puede convertirse en un pretexto para incitar al odio a los judíos”.
En este sentido, las declaraciones del señor Sánchez, político involucrado junto a su entorno familiar en acusaciones de corrupción, también deberán ser objeto de rendición de cuentas por haber avivado un profundo ADN antisemita que aún persiste en la sociedad española, sobre todo entre algunos de sus seguidores y aliados. Israel es tratado como el judío entre los países: con doble rasero, negándole el derecho a defenderse y culpándolo en exclusiva de la tragedia en Gaza, mientras se ignora la responsabilidad de Hamás, que utiliza a sus propios ciudadanos como escudos humanos y roba la comida y la medicina —más de dos millones de toneladas ingresadas al enclave— para venderlas en el mercado negro a precios exorbitantes.
Los miles de millones de dólares donados a Gaza por monarquías del Golfo Pérsico y sus aliados occidentales fueron utilizados por Hamás para construir túneles, fabricar misiles, pagar a funcionarios y terroristas, y costear mansiones suntuosas para sus líderes, alrededor de los países que les brindan cobijo. Gaza, con 360 km² y dos millones de habitantes, tiene una densidad de 5.046 hab/km². Con esos recursos, pudo haberse convertido en el “Singapur de Oriente Medio”, considerando que aquella ciudad-Estado, con 720 km² y 5,7 millones de habitantes, alcanza una densidad de 7.720 hab/km², un 53 % más que Gaza.
Pero Gaza no es Singapur. Gaza es Gaza: un teatro del absurdo. Sus gobernantes no muestran interés en el bienestar de sus habitantes. En el caso de Hamás, utilizan hospitales, escuelas, mezquitas, campos de fútbol y viviendas para disparar contra civiles israelíes, y rechazan toda solución pacífica mientras roban a su pueblo y engañan al mundo, que premia con reconocimiento a un inexistente “Estado palestino”, propuesto en 1947 por la ONU y rechazado entonces por los propios árabes, quienes solo en 1964 comenzaron a llamarse “palestinos”, por impulso de la URSS en plena Guerra Fría.
Quien acuse a Israel deberá mañana pedir disculpas públicas. Ningún otro ejército en el mundo avisa a los civiles de su enemigo para que evacúen zonas que serán demolidas al albergar francotiradores o trampas explosivas. Ningún otro ejército permite la entrada de suministros que se sabe terminarán en manos del rival. Si de acusaciones se trata, mejor preparar pruebas sólidas, porque quien profiere señalamientos sin demostrar, pierde credibilidad.
En este renglón de ideas, no demos por ciertas las cifras de bajas civiles del bando gazatí que publica Hamás, pues no distingue entre combatientes y civiles, a quienes usa como escudos humanos.
Por lo tanto, es falso e irresponsable hablar de “genocidio” o “hambruna”: son eslóganes goebbelsianos creados por Hamás, acrónimo de ḥarakat al-muqāwamati al-islāmiyyati (“Movimiento de Resistencia Islámica”), organización política y paramilitar yihadista, nacionalista e islamista, catalogada como terrorista por la Unión Europea, Estados Unidos, Suiza, Israel, Argentina, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, la OEA, Reino Unido, Paraguay y Costa Rica.
Fundada en 1987 como rama palestina de la Hermandad Musulmana, Hamás tiene un manifiesto objetivo: destruir al Estado de Israel y reemplazarlo por un Estado islámico. Emula a otros grupos extremistas utilizando la violencia, motivo por el que organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional lo acusan de cometer crímenes de guerra, torturas, asesinatos y secuestros contra poblaciones israelíes y palestinas. Según el investigador y escritor saudí Abdullah bin Bijad al-Otaibi, Hamás es una organización terrorista que viola los derechos humanos y afecta principalmente al pueblo de Gaza, al que gobierna con mano de hierro. En paralelo, la escritora egipcia Dalia Ziada describe a Hamás como una organización terrorista y enfatiza que su desaparición beneficiaría a toda la región, contribuyendo a la paz en Oriente Medio.
Tras la retirada unilateral israelí de la Franja de Gaza en 2005, Hamás ganó las elecciones legislativas de 2006 y, un año más tarde, dio un golpe de Estado asesinando a más de 150 militantes de Fatah, transformando a Gaza en una base terrorista. Por ello, Egipto e Israel impusieron un bloqueo para impedir la llegada de armamento.
El fanatismo de Hamás y el adoctrinamiento antisemita en la población gazatí pesaron más que la razón. Pero esta guerra debe terminar. Los 48 rehenes israelíes aún en manos de Hamás, vivos o asesinados, deben ser devueltos. Los grupos extremistas nunca más deben gobernar. Ya demostraron de lo que son capaces y ningún país sensato aceptaría tenerlos como vecinos. Gaza debe transformarse en un mejor lugar para sus habitantes, lejos del terrorismo financiado por Catar e Irán, grandes promotores de la violencia armada y la corrupción.
El sionismo, movimiento de liberación nacional del pueblo judío fundado por Theodor Herzl (1860–1904), siempre buscó la convivencia con sus vecinos. Aceptó la resolución 181 de 1947 de la ONU, que estableció la fórmula de dos Estados para dos pueblos; Israel propuso “paz por territorios” en 1967 y fue rechazado; firmó los Acuerdos de Camp David y entregó a Egipto el Sinaí a cambio de paz; firmó los Acuerdos de Oslo y, en respuesta, Hamás desató una ola de asesinatos contra civiles israelíes; evacuó Gaza y Hamás terminó transformándola en plataforma terrorista.
¿El problema es Israel y el sionismo? Evidentemente no. El problema radica en los dirigentes palestinos que proclamaron la Nakba (catástrofe) tras el establecimiento de Israel en 1948 y, al no perder oportunidades para perder oportunidades, son ellos los responsables de su propia Nakba.
Israel dista mucho de ser el paraíso, menos aún un Estado perfecto. Como todo país, es perfectible. Pero describirlo como discriminatorio es un absurdo. El 25 % de la población no es judía y tiene los mismos derechos que los demás. Votan y pueden ser electos; hay 10 diputados árabes en el parlamento israelí. Israel cuenta con embajadores drusos, uno de ellos estuvo destinado en Panamá. Las minorías no solo participan en política: también son policías, soldados, oficiales, estudiantes, jueces, maestros, deportistas, artistas y todo lo que puede esperarse en una democracia libre y vibrante, la única del Medio Oriente.
Y termino con la frase que dio inicio a estas líneas, inspiración pura del trovador, maestro a quien admiro y respeto profundamente, ícono de mi juventud: “No te dejes confundir, busca el fondo y su razón”.
Por: Alberto Jabiles