Apuntes desde la esquina: Sobre la amistad
11 de Octubre de 2025
Exclusivo para Contrapeso
Hoy no me referiré a la política, ni al presente gobierno panameño y sus incumplibles promesas, ni a "Trompo Loco", ni a la corrupción, ni al prófugo Martinelli, ni a las inhumanas invasiones a Ucrania y a Gaza.
Aunque me enoja, duele y cabrea el tener que estar constantemente aludiendo a estos temas, considero necesario informar y comentar sobre ellos para ayudar a formar criterios objetivos, capaces de producir propuestas que permitan crear soluciones. Pero mi intención como escritor no debe limitarse a la denuncia de lo negativo, ignorando la descripción de realidades que nos ayuden a recordar lo bueno, positivo y beneficioso que puede resultar el acto humano cuando nos lo proponemos.
Por eso, mi tema de hoy es "La Amistad".
¿Qué significa la palabra “amigo”? El diccionario indica que se refiere a... “la persona con la cual se establece una relación de confianza y de afecto no basada en lazos familiares o sexuales”, una extraña definición, por cuanto pareciera sugerir que un familiar o un esposo o esposa no son tácita o necesariamente considerados como “amigos” por su pariente o cónyuge. Esto, a su vez, no deja de poseer alguna verosimilitud. En mi canción “Vida”, indico que “...cada amigo es la familia que escogemos entre extraños”... y no es falso el que muchas veces un amigo o amiga resulte con mayor disposición para brindarnos auxilio, consejo y apoyo que un familiar.
Y aunque en “Amor y Control” aseguro correctamente que “...familia es familia”, no deja de ser menos cierto que culebra es culebra, como demuestra el hecho de que, en la mayoría de casos por abuso infantil, el culpable del crimen resulta ser un familiar cercano.
Tenemos amistades que se cultivan desde nuestra infancia y adolescencia, y que son quizás las más apreciadas por su presencia constante.
También hay gente que le ocurre a uno, en el peor de los casos como un accidente, y en el mejor de los casos, como una bendición. En estas situaciones, en vez de anunciar “conocí a fulano”, es más adecuado decir “fulano me sucedió”.
Como ejemplo, una vez un tipo, sin yo preguntarle, me explicó cómo él había “conseguido” un puñete. No le pregunté si había hecho fila para obtener el golpe, ni si hubo protestas porque se lo dieran a él y no a otros que tal vez se consideraban con el mismo derecho a ser golpeados. No se lo pregunté porque no éramos amigos, aunque me consta que hay gente que nos encuentra una sola vez y que considera ese aislado hecho prueba suficiente para referirse a uno como “amigo”.
Algunos confunden la palabra “conocido” con la denominación “amigo”. Les presentan a un ser de quien no saben absolutamente nada y, si al día siguiente alguien les menciona ese nombre, con seguridad científica informan: “es amigo mío”.
Hay gente cuyas amistades representan una condena. Hay gente condenada a tener amigos y hay condenados que preferirían no recibir tanto afecto. Hay gente condenada a mi amistad y hay gente cuya amistad hacia mí los lleva a ser condenados por personas a las que hay que explicarles que el azul en un mapa se utiliza para describir a los océanos.
Puedo afirmar con un 100% de certeza que la mejor inversión que he hecho en mi vida han sido mis amigos, aunque un 65% de ellos me pidió discos y libros prestados que aún no han sido devueltos.
Algunos de estos amigos ostentan el adjetivo de “históricos”, porque los he tratado desde hace medio siglo o más, como a una mala gripe. A otros los denomino “histórico/histéricos”, pero eso será materia para otra columna (hoy me propuse que no abordaría nada de política).
La amistad sincera es una de las más hermosas emociones que puedan brotar del alma humana, un compromiso personal que libremente nos ata a otro ser y por el cual voluntariamente estamos dispuestos a sacrificar nuestro egoísmo y malas mañas.
El amigo habla bien de nosotros a nuestras espaldas. Nos aconseja en momentos difíciles y no teme contrariar nuestras opiniones. Nos entrega la verdad como la entiende, se suma a nuestra tristeza y decepción cuando las cosas salen mal, y con sincero regocijo celebra con nosotros las ocasiones en que el triunfo nos brinda su elusivo y temporal abrazo.
No creo que me hubiese sido posible llegar a viejo sin el apoyo y la contribución de tantos amigos y amigas. No creo que exista un mayor deleite a mi edad que poder compartir con ellos y ellas tantas experiencias y lecciones de vida. No creo posible poder soportar las estupideces y las cagadas humanas y tecnológicas de este increíble siglo sin la presencia cómplice de gente que, como yo, se desarrolló en Panamá antes de que allí se nos muriera la vergüenza.
Mi generación de amigos todavía comparte el lenguaje que se transmite con miradas, aún distingue la diferencia entre ser varón y ser hombre, entre el precio de algo y su valor. Mi generación de amigas, a pesar de que soy un acertijo que a veces atormenta, todavía puede resolverme, manteniendo la delicada opción de hacerse las pendejas cuando la situación, según su análisis, así lo requiera.
A mis “pasieros” y “pasieras”, frutos de madres telépatas que partieron de este mundo sin saber lo que era una vacación; a mis amigos de todas las razas y colores, ricos y pobres, criados a punta de esperanza y de rejo, les aseguro que todavía se puede, que a pesar de los pesares la promesa del futuro persiste, y que tenemos aún el deber de su defensa, porque esa obligación no tiene fecha de expiración, aunque sí la tengamos nosotros.
Ahora que juntos doblamos la última curva, en dirección hacia el más extraordinario e impredecible de los desenlaces, aprovecho para expresar lo que he sentido siempre por ustedes y que no he manifestado con la frecuencia debida: gracias por existir, compartir y continuar brindándome consejo y compañía en esta trágica etapa de inhumanidad, falsedades y corruptelas.
Ustedes son una fuente constante de alegría y de confianza, y no entiendo del todo por qué muchos prefieren a un perro como compinche.
Debe ser porque los “guau-guaus” no piden discos o libros prestados.
Por: Rubén Blades