El contrasentido de pedirle a los que toleran la corrupción que legislen contra ella

4 de Noviembre de 2025

Exclusivo para Contrapeso

Un político experimentado lanzó recientemente una advertencia que merece atención: algunos diputados que promueven leyes anticorrupción insisten en buscar apoyo entre colegas que representan “más de lo mismo”. Y concluyó con una frase lapidaria: “Si lograran pasar primer debate en Comisión, serán burlados en el Pleno.”
Son constantes los ejemplos.
Porque aquí se esconde una contradicción tan evidente como peligrosa: pretender que diputados que, por acción u omisión, han favorecido o favorecen la corrupción, respalden leyes anticorrupción realmente eficientes.

¿El zorro cuidando el gallinero?
La imagen es clara: no se le puede pedir al zorro que cuide el gallinero. Del mismo modo, es absurdo esperar que quienes se benefician de las fallas del sistema decidan cerrarse las puertas a esos beneficios. La corrupción no se combate con cómplices, se combate con una ciudadanía honesta, exigente y vigilante.

Muchos políticos han hecho carrera política alimentándose del clientelismo, de favores disfrazados de ayudas sociales y de pactos silenciosos que sostienen sus cuotas de poder. ¿Cómo podemos esperar que esos mismos actores legislen en contra de los privilegios que los mantienen en sus curules?

El engaño repetido
La historia nos muestra un patrón: en comisiones legislativas, se permite que las propuestas anticorrupción avancen lo suficiente para dar la impresión de debate. Pero cuando llegan al Pleno, los proyectos se frenan, se diluyen enormemente o se archivan. Lo que parecía un avance se convierte en burla.

Este ciclo de simulación es el verdadero teatro político: dar la ilusión de cambio para mantenerlo todo igual. Y la ciudadanía, cansada y frustrada, suele resignarse con un suspiro: “así es la política”. Esa resignación es el mayor triunfo de los gatopardistas.

El contrasentido de la esperanza mal colocada
Confiar en que los beneficiarios directos o indirectos de la corrupción impulsarán normas que los limiten es tan lógico como pedirle al fuego que se apague a sí mismo. La corrupción no legisla contra la corrupción. Quien crea lo contrario se engaña a sí mismo y, peor aún, alimenta un espejismo que retrasa el verdadero cambio.

No se trata de negar de forma alguna los intentos sinceros y loables de algunos diputados que buscan reformas reales. Deben ser apoyados por la ciudadanía decente. Pero ellos deben entender que su batalla no se ganará sumando votos de quienes han demostrado sistemáticamente su oposición a la transparencia. Esa vía está condenada al rotundo fracaso.

La verdadera salida
El camino real lo señaló la advertencia inicial: que el pueblo exija los cambios de tal manera que no sea posible no atender la exigencia. Ninguna ley anticorrupción de fondo saldrá de un Pleno dominado por intereses oscuros, a menos que exista una presión social imposible de ignorar.

La historia reciente lo confirma. Las grandes transformaciones en distintos países no nacieron de un consenso en salones cerrados, sino de una ciudadanía activa que entendió el problema, se organizó, protestó y exigió. La ciudadanía organizada —con conciencia, con datos, con persistencia— sigue siendo el espacio donde se desnuda la hipocresía y se obliga al sistema a responder.

Un llamado urgente
La contradicción es brutal y debería sacudirnos: no hay pacto posible con quien vive del abuso. Los que dependen de la corrupción o la toleran no van a cortarse la rama donde están sentados. Pretenderlo es caer en la trampa de siempre.

Por eso, el llamado no es solo a indignarnos, sino a actuar:
• Vigilar muy bien lo que ocurre en la Asamblea.
• Exigir a quienes dicen representar la anticorrupción que no busquen alianzas imposibles e ilógicas.
• Movilizarse en defensa de reformas genuinas, rechazando las cosméticas.

Solo así romperemos el ciclo de ilusiones que repite la política panameña: aparentar que todo cambia para que nada cambie.

La conclusión es simple y muy dura: si seguimos esperando que los corruptos o sus defensores legislen contra sí mismos, la única ley que saldrá del Pleno será la ley del engaño.

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Por: Carlos Barsallo

Abogado

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