Éxitos sin trazabilidad: la narrativa empresarial en tiempos decorrupción
11 de Noviembre de 2025
Exclusivo para Contrapeso
En sistemas donde la corrupción institucional es estructural, el éxito sin contexto es apenas una ilusión con buena fotografía. En las redes sociales orientadas a los negocios y la gestión profesional, el paisaje es predecible: discursos de éxito, eficiencia y transformación. Se publican logros, premios, alianzas, reconocimientos y cifras alentadoras. La estética del triunfo se ha convertido en lenguaje común. Sin embargo, detrás de esa superficie brillante se esconde una pregunta esencial: ¿cómo prosperan tantas historias de éxito en entornos donde la corrupción institucional es pública, persistente y está bien documentada?
La ficción del mérito
El relato del mérito individual o corporativo se mantiene gracias a una omisión estructural: se muestran los resultados, pero no las condiciones en las que se obtienen. En contextos donde la discrecionalidad sustituye al mérito, la cercanía al poder vale más que la competencia, y la captura regulatoria reemplaza la innovación. Aun así, los protagonistas de esos entornos hablan de eficiencia, liderazgo y sostenibilidad, como si la ética y las reglas fueran universales, no privilegios selectivos.
Paradójicamente, la corrupción no siempre destruye la apariencia de éxito; a menudo la impulsa. Donde los incentivos se distorsionan, el buen desempeño puede ser simplemente la consecuencia de un sistema completamente amañado. Se premia al que se adapta al entorno, no al que lo transforma. O como diría Pío Baroja, parafraseándolo: “quizás en la empresa, como en el agua, solo floten los corchos.”
El teatro de la eficiencia
En este escenario, la obsesión por mostrar resultados sustituye el compromiso con la integridad. Lo que se comunica no es lo que se logra, sino lo que parece conveniente mostrar. Las métricas se convierten en maquillaje. Se reportan indicadores de sostenibilidad o cumplimiento sin que exista trazabilidad real de los procesos ni verificación independiente de su validez.
Es el fenómeno del teatro de cumplimiento: códigos impecables en papel, controles decorativos y auditorías complacientes para no perder a los clientes. Se habla de transparencia, pero los beneficiarios finales siguen ocultos; se proclama competencia, pero los contratos se reparten entre los mismos actores de siempre; se presume innovación, pero los riesgos éticos no se revelan. Todo luce profesional, pero el fondo sigue capturado.
El éxito sin contexto
Mostrar solo los logros en entornos institucionalmente corroídos es como presentar un mapa sin relieve: se pierde la profundidad. El éxito descontextualizado no informa, disfraza. Cuando las reglas son flexibles y las sanciones reales muy improbables, la línea que separa la habilidad de la ventaja indebida se vuelve difusa. Y esa ambigüedad beneficia a quien más poder tiene.
Sin transparencia sobre los medios, el éxito deja de ser ejemplo y se convierte en validación del privilegio. Una sociedad que aplaude resultados sin preguntar por los procedimientos termina confundiendo astucia con excelencia. Lo peligroso no es el éxito mismo, sino la incapacidad de distinguir entre mérito y captura.
La complicidad del silencio
Cada publicación que celebra un triunfo sin reconocer el entorno contribuye, aunque sin intención, a normalizar la incoherencia. La corrupción no siempre necesita discursos que la defiendan; le basta con la indiferencia de los que la conocen y callan. Muchos profesionales y líderes prefieren no señalar los vacíos éticos porque hacerlo podría afectar sus redes, contratos o reputación.
El silencio selectivo se convierte así en una forma de connivencia. La narrativa del éxito, cuando omite la corrupción del sistema que lo posibilita, funciona como un escudo colectivo de negación. Nos contamos que las cosas están mejorando “porque alguien ganó un premio o abrió una nueva oficina”, mientras las estructuras que permiten el abuso permanecen intactas.
Hacia una narrativa honesta
No se trata de censurar los logros ni de promover el pesimismo. El problema no es comunicar el éxito, sino hacerlo sin contexto, sin reconocer los dilemas éticos y los límites institucionales. Una narrativa empresarial honesta debería incluir también las decisiones difíciles, los conflictos de intereses gestionados, los errores corregidos y los costos de actuar con integridad.
Mostrar vulnerabilidad y transparencia en ambientes corruptos no es debilidad; es un acto de resistencia. En esos entornos, el verdadero mérito no está en destacar, sino en hacerlo sin renunciar a la coherencia. La integridad, entendida no como discurso sino como práctica, se convierte en ventaja moral y reputacional sostenible.
Conclusión
El éxito sin trazabilidad es marketing. La eficiencia sin controles es renta. La reputación sin rendición de cuentas es cosmética. Mientras no se integren los contextos reales a las narrativas públicas, seguiremos habitando una ficción funcional: un país que celebra sus éxitos individuales mientras fracasa colectivamente en construir instituciones justas.
La pregunta final no es quién triunfa, sino cómo lo hace. Porque el modo en que se gana —y la transparencia con que se muestra— define no solo a las personas o empresas, sino al tipo de sociedad que decimos querer ser.
Por: Carlos Barsallo
Abogado
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